28 septiembre, 2012

Donde la ficción muere



Y ahí estaba yo, en el punto más alto de la colina, observando la ciudad. 
Aquella ciudad fantasmagórica y apabullante que me despierta y me despide 
cada día, que me hace deambular por cada una de sus enormes avenidas sin un 
rumbo predeterminado. Aquí, en este ínfimo rincón, me sentía bien. 
Mi pequeño escondite… el anónimo lugar donde acudía cada noche, antes de dormir, 
acompañado únicamente por mis viejos y pretéritos recuerdos. Me sentía aislado 
de la multitud, desnudo de cualquier compromiso, desprendiéndome del estridente 
y ensordecedor tráfico y de la muchedumbre por tan sólo unos instantes. 
Unos breves, efímeros y mágicos instantes.

Aquí, en este lugar, aprendí a amar todo aquello, a los pequeños y más 
insignificantes detalles. Aquí, me sentía bien. Aquí, a cientos de metros de altura. 
Tenía un burdo escenario enfrente de mí, y un mundo entero bajo mis pies.