23 mayo, 2013

Toujours, Paris


Aquella nebulosa tarde de primavera, como cualquier otra, salimos a pasear. 
Nuestro punto de encuentro fue una de las varias salidas de la estación 
de metro de Bastille. Fue idea mía planear la cita al aire libre, ya que la 
penumbra y la lobreguez que recorrían los rincones sobre los mundos subterráneos 
de los andenes del metro nunca terminaron de gustarme. La vida gris, le solía llamar. 
En cambio, afuera, bajo la luz del sol, París se desplegaba ante nosotros como si sus 
calles y avenidas hubieran sido trazadas a manos de un joven e introvertido Monet. 
Aguardé el frío, o intenté hacerlo, bajo uno de los toldos que poblaban los muchos 
cafés de aquel lugar. Y esperé.

Cinco minutos más tarde me acompañaban calle abajo cuatro personas enzarzadas 
en una discusión acerca de algo llamado Bimba y Lola. María, una treintañera perdida 
en la vida. Sara, una enamoradiza de los pequeños detalles que el resto solemos 
dejar pasar. Marieta, futura actriz de Malasaña con ganas de devorar el mundo. 
Silvia, una amante del rock de los años cincuenta. Y yo. Cinco personas adentradas 
en las calles adoquinadas de una ciudad disfrazada de vanidad. Bohemia. Errante. Indiferente.
Cinco desconocidos que dejamos atrás familia y amigos para encontrar 
un mundo mejor lejos de casa y que, fuera o no así, al menos allí, bajo la calma 
del atardecer, fuimos libres.

Toujours, Paris.